CRÍTICA – COBRA KAI (TEMP. 3. 2020)
La aparición de la serie Cobra Kai en 2018 en el ya desaparecido Youtube Red ha vuelto a poner de moda el universo de Karate Kid, y tras dos temporadas, parecía que había llegado a su final. Pero Netflix ha sido quien ha conseguido la serie no sólo para emitir las dos primeras, si no para continuarla con varias temporadas, lo que se transformó en una gran alegría para las legiones de seguidores que ha conseguido. Y el 1 de enero de 2021 se estrenaba por fin la tercera temporada y yo, como mucha más gente, no hemos podido esperar y hemos hecho maratón para ver del tirón los nuevos diez episodios, no sin algo de miedo ya que muchas series, según van sumando temporadas, va bajando la calidad. Por suerte, no ha sucedido y no sólo mantiene la calidad de las dos anteriores, si no que consigue evolucionar de forma sumamente inteligente. Lo malo es que, aunque ya está confirmada la cuarta temporada, con los guiones ya escritos, tendremos que esperar un año para seguir emocionándonos y disfrutando de una de las mejores series. Y no escribo esto debido a la nostalgia…
Las dos primeras temporadas consiguieron que dicha nostalgia no fuese la única arma de la serie, aunque fuese algo palpable. El desarrollo de los viejos personajes y de los nuevos han marcado la propia historia, evitando así una serie puramente fanservice. Aquí prosigue la historia de Johnny Lawrence y Daniel Larusso, de los dojos Cobra Kai y Miyagi-Do y de sus alumnos, estableciendo a John Kreese como el gran villano. Las relaciones entre los tres, las de los dos protagonistas entre ellos, con sus alumnos, giran alrededor del abuso, de la popularidad y del amor. Sí, como lo lees. El pasado de Johnny y Daniel, tanto por separado (sobre todo en el caso de Johnny) como juntos les han marcado conformando su personalidad y sus vidas y ambos buscan una redención, una forma de corregir los errores del pasado y evitar que sus propios estudiantes las cometan, extendiéndose a los hijos de los protagonistas e incluso a Miguel, alumno principal de Johnny. Y en esta temporada tenemos además la historia de Kreese, girando en torno al mismo tema, al abuso del fuerte sobre el débil y de cómo los débiles, o las víctimas de acoso, se enfrentan a dicha situación. De esta forma, entre Johnny, Daniel y Kreese vemos tres formas diferentes y cómo esas formas les convierten en quienes son, poniendo de relieve muchos matices que eliminan las etiquetas de bueno y malo, incluso en el caso de Kreese, quien, aunque es un villano odioso, al conocer su pasado no podemos evitar sentir algo de lástima por la vida que llevó. Los papeles de padre y de sensei y todos los puntos en común que tienen ambos términos en la cultura marcial tradicional japonesa termina por definirse en esta, de momento, última temporada tras sobrevolar las anteriores en la relación entre Johnny, su hijo Robbie y su alumno Miguel. Ambos, junto a Samantha, hija de Daniel, son el relevo generacional de la saga, pero sabiendo dividir la serie en dos historias, las de los adultos por un lado y la de los adolescentes por otro, pero retroalimentándose entre ambas líneas narrativas y consiguiendo además avanzar por separado manteniendo una evolución hacia terrenos incluso oscuros. Una madurez que podemos apreciar en esta temporada y “obligada” por Kreese y su actitud. Nuevos personajes, otros que se desarrollan y que dejan de lado la idealización ochentera para dejar claro que han cambiado las cosas, y mucho.
Es evidente que, si hablamos de Karate Kid, tenemos que hablar de la presencia de este arte marcial en la película. En las redes sociales, fans del cine marcial ponen de relieve las escenas de Karate tanto de las películas como de la serie, alejadas de la espectacularidad habitual de las películas de Van Damme, Donnie Yen o Scott Adkins. Entiendo ese punto de vista, claro está, pero no lo comparto por algo muy sencillo: la saga original buscó buenos actores a los que enseñaron algo para las películas, resultando por ello más realista, pero con esos “fallos” de muchas películas ochenteras que no impedían que disfrutásemos con ellas, aunque estuviésemos acostumbrados a ver películas con auténticos artistas marciales. Este espíritu se mantiene en la serie, con unas coreografías de Hiro Koda estupendas, alternando técnicas de Karate real con otras más modernas, bien ejecutadas todas, pero con esa imperfección realista que además, ayuda a que los espectadores puedan identificarse con los personajes incluso aplicando las artes marciales aprendidas. Miguel, Samantha, Robbie, Hawk o Tory no son máquinas de pelear con técnicas perfectas, igual que Johnny y Daniel, aunque William Zabka, Johnny, ha entrenado a lo largo de su vida, lo cual me lleva a remarcar que aunque una persona aprenda y practique artes marciales, no tiene por qué tener una técnica bonita que quede perfecta en el cine o televisión, y Zabka es un claro ejemplo. Todo esto indica un estupendo trabajo previo al rodaje y deja claro que las artes marciales no son lo más importante de la serie, sobre todo en lo que se refiere a las escenas de peleas, si no los personajes, lo que aprenden y cómo aplican las enseñanzas del Karate en su vida a nivel mental y filosófico. Enseñanzas de artes marciales que recogen el testigo en determinados momentos, del estilo de enseñanza del Maestro Miyagi sin necesidad de usar la propia nostalgia de las películas originales en una sucesión de guiños y referencias vacías. Al contrario, todo está perfectamente escrito, desarrollado e integrado, manteniendo el tema del abuso y acoso escolar de los ochenta en este nuevo siglo, modernizándolo sin necesidad de convertirse en un panfleto de buenas intenciones. Esto también es evidente en esa oscuridad que mencionaba más arriba, con adolescentes que se dejan seducir por el “mal”, por decirlo de alguna forma, pero sin exagerar para evitar esa dualidad básica del bueno y el malo. Otro acierto de los guiones son las conexiones con las películas originales, apareciendo personajes. Si tuvimos a todos los Cobra Kai de la primera película, aquí tenemos un viaje a Japón y a Okinawa, con el regreso de dos personajes de la segunda película, además de otra aparición que prefiero no decir aquí, aunque en las redes y webs ya han hecho muchos spoilers. Estas apariciones especiales favorecen el avance de la historia y aunque son referencias a las películas, están perfectamente incluidos para aportar algo. Además, poco a poco, todas estas referencias, van repasando la saga ayudando a la continuidad establecida entre los largometrajes y la serie pero sin pasarse para lo que ya he dicho, el apoyo en la pura nostalgia ochentera para complacer a la generación que crecimos en aquellos ochenta y disfrutamos como no hemos vuelto a hacer de la magia del cine. Y está claro que al ver esto, empezamos a hacer nuestras quinielas para averiguar qué personajes de las pelis veremos en las siguientes temporadas incluso buscando una justificación lógica para que aparezcan.
Resumiendo, para ir acabando. Esta tercera temporada de Cobra Kai sigue el camino marcado de la búsqueda del camino de los personajes, su lucha diaria a todos los niveles (gracias también a esa rica variedad de personajes tan diferentes, con problemas igual de diferentes), las influencias actuales de los jóvenes, los cambios en la sociedad y en la gente desde los ochenta, adornado todo con estupendas escenas de acción. Una serie muy bien rodada y montada que no fuerza nada para conseguir que salgan muchas emociones al verla, donde el drama, la comedia y la acción se engarzan perfectamente sin episodios de relleno que sobren. Sólo le voy a poner un pero, y es el desarrollo de la subtrama de Miguel y las consecuencias de la caída que sufrió en el último episodio de la anterior temporada, un tema que me toca muy de cerca y que creo que a pesar de aportar drama, lo han desarrollado de forma algo banal y nada realista, pero esto no resta ni un ápice de calidad de la serie.
NOTA: 8
Cobra Kai
Sinopsis
Secuela de Karate Kid, 30 años después de los acontecimientos del film original y con el mismo reparto repitiendo los papeles principales.