Crítica de cine: Érase una vez en Hollywood
Tengo que admitir que actualmente tengo una relación amor/odio con Tarantino. No obstante, cuando enfrento una crítica, dejo lo personal a un lado para centrarme en la película, y en un caso como esta Érase una vez en Hollywood, es más que obligado. Este film necesita además fijarse en varios aspectos. Por un lado, tenemos la película en sí misma, y otra, lo que muestra. Cinematográficamente es casi imposible encontrarse con una película mal rodada a estas alturas. Podemos en todo caso afirmar que muchas secuencias de acción de diversos largometrajes, sobre todo en Hollywood, están mal rodadas, con esos montajes picados y planos cerrados que nos impiden disfrutar de estas secuencias, ya sean de acción balística, marcial o con coches, acentuándose con el montaje, pero al margen de eso, no se suelen rodar mal las películas. Y Tarantino puede causar amor u odio por su cine, que bebe desde siempre de diversas fuentes, usadas sabiamente como homenajes. En esta ocasión, tenemos una muestra de ese buen uso del homenaje con un endeble guion, pero lo que nos muestra, ese retrato de Hollywood se convierte en un intento de dar relevancia al especialista de cine, y en ese sentido, es estupenda en su primera mitad…
Érase una vez en… Hollywood es una película con varias capas de crítica, y tenemos que comenzar por el valor cinematográfico de la película, que es donde creo que falla más. Mucha gente ha afirmado que es una obra maestra del director, pero nada más lejos de la realidad. A nivel de guion, esta novena película del director de Kill Bill es notablemente inferior al de sus anteriores films, siendo una mera excusa para realizar un recorrido algo vacío por ese año 1969 y ofrecer un homenaje audiovisual al Hollywood de la época, con carteles, menciones e imágenes de clásicos del cine, como La Gran Evasión (1963), sustituyendo a Steve McQueen por Leonardo DiCaprio, o el momento en el que Sharon Tate, interpretada por Margot Robbie, entra a un cine para ver La Mansión de los Siete Placeres (1968) Tarantino mete demasiadas referencias en una historia muy endeble y ligera, más de lo esperado. Cuando se anunció que iba a rodar este film, con la historia del asesinato de Sharon Tate, comenzaron rumores sobre una loca historia donde Tate no moría y se vengaba junto a Bruce Lee, entre otros, pero, aunque eso sonase demasiado alocado, pero que podría haber encajado en la Bruceploitation perfectamente, pero finalmente, el tema de Tate se trata tangencialmente, tanto, que la aparición de la malograda actriz, su marido, el director Roman Polanski y Jay Sebring, se podría eliminar de la historia perfectamente, dejando así la historia del actor Rick Dalton (DiCaprio) y su doble, Cliff Booth (Brad Pitt). Acompañamos a Dalton en su recorrido por los años 60 de Hollywood, un retrato de la decadencia de muchos actores que terminaban sobreviviendo con apariciones estelares en series de televisión. Esta historia se cuenta bastante por encima, sin contener giros de guion ni puntos de inflexión en una narración demasiado anodina, alejada del trabajo visual anterior del director y siendo un escaparate de referencias de Tarantino a esta época. No obstante, esto favorece otro aspecto, sobre todo en su primera mitad, dando importancia a la figura del doble de acción.
Es otra capa de crítica, con Pitt interpretando al stunt de DiCaprio. Esta subtrama no se desarrolla demasiado, y parece que se ha quedado parte de ella en la sala de montaje, pero por suerte, podemos ver cómo Tarantino le da la importancia que merece a este gremio, indispensable para el cine de acción. Y esto nos ofrece además algunas escenas de acción, aunque sean en películas o series que interpreta el personaje de DiCaprio, y tiene su momento más álgido en una secuencia que provocó una polémica. Me refiero al enfrentamiento que tiene el personaje de Pitt con el mismísimo Bruce Lee. Es evidente que toda la historia es una lectura alternativa de la época, alejada de la realidad exceptuando los mencionados homenajes audiovisuales y por ello, este Pequeño Dragón es una parodia que no hay que tomarse demasiado a mal. Entiendo el enfado de la hija de Bruce, Shannon, y de tantos fans del astro, entre los que me incluyo, situándome a medio camino entre los bandos que atacan o defienden esto en la película. Un Bruce Lee del que parece reírse, pero sin hacer sangre. Mike Moh es el encargado de interpretar a Bruce, y está sólo correcto, consiguiendo su mejor momento en su primera aparición, antes de pelear contra Pitt. Ya en el momento en el que comienza a luchar, se convierte en una mala copia, sin permitir lucirse del todo a Moh. Una pelea del montón, con abrupto final que muestran un engreído Bruce Lee algo alejado, de nuevo, de la realidad. Pero al menos, esta aparición, junto a una posterior con Sharon Tate, dan algo de “chicha” a la película, esto, junto a las secuencias donde se habla de la labor de los especialistas, consiguen aportar algo más a la película.
Resumiendo, una luminosa película, algo plana en su desarrollo pero que consigue dar lo que ofrece, un recorrido por un año en Hollywood y mezclando historias reales con fictícias, una carta de amor algo vacía pero que rinde sus consabidos y esperados homenajes, como lleva haciendo toda la filmografía del director, y un granito de arena a la Bruceploitation y nos gusta ver este tipo de apariciones, ya sea para criticar o alabar, para qué engañarnos. Una estupenda fotografía y ambientación, y una buena banda sonora, que no consigue igualar a las de Reservoir Dogs o Pulp Fiction, pero que contiene títulos de indudable calidad. Todo ofrecido con un tono festivo a pesar de los detalles que lo ensombrecen con el asesinato de Sharon Tate por parte de Charles Manson y su “familia”, algo que, como he dicho, no es realmente importante en la trama principal. Tarantino evita el escabroso tema en una celebración del mundo del cine en una época dorada.